20 Años Promoción 1979

Discurso leído el 3/12/1999 en el Aula Magna

Señor Rector, señor presidente de la Asociación de Ex-alumnos,
profesores, compañeros. Buenas noches.

En primer lugar, quiero decir que me he hecho cargo de estas
palabras en nombre del Turno Tarde por obra del azar más absoluto. No
hay ninguna razón para que sea yo y no otra persona. Por eso les
agradezco la oportunidad de expresarme e intentaré transmitir algunas
reflexiones acerca de este reencuentro.

Todos conocemos los episodios trágicos de aquellos años y es
verdad que forman parte de la historia de nuestra promoción. Los
hemos revivido y recordado en las palabras de nuestras compañeras.
El Colegio Nacional de Buenos Aires fue la caja de resonancia de
una realidad compleja y dramática, aún hoy difícil de enfrentar… : Que
palabras se pueden decir ante la muerte que no parezcan inútiles?

Sin embargo y a pesar de todo, la vida tiene siempre un lado
luminoso y este reencuentro está del lado de la vida.
Me pregunté: ¿porqué nos reunimos? ¿Existe algo más allá de lo
conmemorativo y de la tradición? Pensando respuestas, entre recuerdos
y nostalgias, encontré algunas razones válidas.

Lunes a lunes, en la sede de ex-alumnos, como una suerte de detectives,
fuimos rastreando las listas para completar el mosaico de la promoción,
mosaico que –descubrimos– tenía piezas inhallables, otras dispersas
por el mundo, otras ya, tan temprano, rotas para siempre.

En cada llamado, en cada reencuentro, el pasado se nos presentaba en
versión 1999, bruscamente, sin prólogo y sin anestesia. Entonces
recordé una anécdota que alguien escribió y disculpen los profesores de
Historia si se desliza algún error.

Dice así:
“Bolívar soñó que se encontraba con un anciano en la cima de la
montaña y al pasar delante de él, el anciano no lo saludó. Entonces el
prócer le dijo: –¿Cómo es que no me saludas? ¿No sabes que soy Bolívar?
Y el anciano le respondió: Pues tú serás Bolívar, pero yo soy el Tiempo.
Tú te crees general, para mí eres sólo un instante.”

Somos tiempo, pensé, y nos reunimos para enfrentarlo juntos. Y si
bien es difícil enfrentar el paso del tiempo, algo de esta dificultad se
suaviza y se resuelve en las vivencias compartidas, en las redes de la
amistad y del afecto. Redes que nos sostienen, nos definen y además nos
permiten saber quiénes somos.

De las vivencias compartidas recuerdo un brusco cambio de luces,
como si hubiera hecho el secundario en dos Colegios distintos… En el
primero, deambulábamos por veredas pobladas de jeans, barbas y
carteras en bandolera. La gente entraba y salía libremente, el claustro
central estaba lleno de carteles y de tanto en tanto una asamblea
interrumpía el dictado de las clases. Los sábados, en el microcine, el
rector Aragón se reunía con delegados de todas las divisiones.
Cuando sobrevino el cambio de luces, las veredas se poblaron de
uniformes grises, para entrar al Colegio necesitábamos un parte firmado
y a veces, la sombra de un revólver en la cintura de un celador pasaba
ante nuestros ojos.

Junto a estas vivencias se superponen flashes bulliciosos del
comedor, el olor a frito, el aire denso de la pileta en los días de
olimpíadas, el sol camino al campo de deportes y un puente girando que
siempre nos ganaba la carrera.

El plantel de profesores del Colegio fue nuestro privilegio más
claro, la oportunidad de descubrir mundos y vocaciones de la mano de
personas que amaban su materia.

En el turno tarde, en aquel entonces, el privilegio eran las clases
de Panchito Azamor, la historia del arte desde los griegos a las “gordis”
de Rubens, en clave de humor; era la bonhomía de Turrens y estudiar
las Actas originales de la Asamblea del Año XIII; eran los seminarios de
Mülmann en el Jardín Botánico, los laboratorios y los microscopios que
nosotros teníamos y que escaseaban en la Facultad de Medicina, y hasta
la profesora de Geografía de las medias rayadas, quien al ver a alguien
de pie en el aula exclamaba:–¿Está haciendo miniturismo, Watmann…?
La lista sería muy larga y que cada uno la complete en el recuerdo
y en el corazón.

En cuanto a la amistad, sostengo la hipótesis de la perdurabilidad
de los sentimientos, y me voy a permitir una metáfora doméstica y                  contemporánea: los sentimientos sinceros pueden freezarse a veces,
pero cuando los ponemos en el microondas del reencuentro,
descubrimos que están allí, inalterables como el mejor alimento.

Hoy, a veinte años de distancia en el recuerdo y en el balance, el
Nacional Buenos Aires es solamente una estación más en el tren de la
vida de todos nosotros: profesionales, artistas, padres y madres,
hombres y mujeres con estados civiles varios…
Cómo vivir esta parada, en esta estación simbólica, es una experiencia
diferente en el ánimo de cada uno, con distintos colores y matices –y
quiero subrayar esto:– todos válidos, todos respetables.

Por eso, y para cerrar estas palabras desde mi ánimo emocionado
del día de hoy, voy a pedir tres deseos: el primero es que disfrutemos de
la reunión y del reencuentro; el segundo, que podamos devolver desde
el lugar de cada uno algo de lo que recibimos, procurando una sociedad
más solidaria en la que los buenos colegios sean la NORMA y no la
excepción a la regla.

Y por último, que sostengamos como adultos una sociedad justa,
democrática, honesta y tolerante. Para que el dolor no presida los
discursos de las promociones que nos sigan, en este colegio que hoy nos
reúne, el Colegio Nacional de Buenos Aires.

A todos, buenas noches nuevamente, y muchas gracias.
María José Eyras
3 de diciembre de 1999

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