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Nací en Buenos Aires un verano de los sesenta. Hija de padres dolorenses, la gente dice que conservo en el habla y  el carácter rasgos del interior. Soy de procesos lentos. Cuando empecé a escribir, estaba por nacer mi tercer hijo y hacía quince años que ejercía la arquitectura. Quería escribir desde los 8. Una noche de verano le mostré dos poemas a mi padre y al menos el primero, a la luna, le gustó. O tal vez quería escribir desde que aprendí a leer, a los seis, y no dejé de leer ni un solo día, salvo durante los puerperios, cuando entre amamantar y dormir poco me agotaba. Lo cierto es que en 1997 decidí asistir al primer taller literario y dos de mis cuentos fueron premiados en el Concurso Interamericano de la Fundación Avón. Le estoy  agradecida a ese espacio porque allí recibí aliento para continuar un camino que abordaba y abordo con una vocación obstinada por único equipaje.

Colaboro con la Revista Ñ y el suplemento Cultura de Perfil, escribir artículos y reseñar  libros me da gran placer. En 2008 publiqué La maternidad sin máscaras ( Planeta) y en 2013 el libro de cuentos Un detalle trivial  (Alción). Entre la publicación de los dos libros, me acerqué a la filosofía, tomé clases de tango, me formé en escritura narrativa en Casa de Letras y me inicié en la coordinación de talleres de lectura. Desde 2010, en «Una escritura propia»  abordé en colaboración la obra de Virginia Woolf y la genealogía de autores que la precedieron y la leyeron. En 2012 creé el ciclo Encuentros en la Asociación de Ex–Alumnos del CNBA que combina rondas de lectura con una charla que incluye al autor. Hoy continúo coordinando talleres, hago clínica de obras  y trabajo en la edición de una novela.  Cada vez tengo menos certezas, así va el mundo. Pero una permanece: el día que escribo es un día ganado.