Editorial Bosque energético, 2022.

¿Qué es la locura? ¿Es posible contarla? “Si escribo sobre viajes y escritura, debería poder hacerlo sobre una de las experiencias más particulares que transité”, se dice Santiago Loza en Diario inconsciente, recientemente publicado. Un desafío no menor, describir lo que en la vivencia no se puede nombrar.
Desde el principio, la voz narrativa nos advierte que no va a respetar el aspecto más característico de los diarios íntimos, la cronología, esa cláusula que pone el escribir al amparo de los días comunes. Al contrario, va a reconstruir el relato desde los mecanismos de la memoria, que mezcla, se repite, desordena, da saltos temporales y se inventa.
La historia va sobre los brotes psicóticos del autor en su juventud y el tiempo que transcurrió internado para curarse. Las internaciones psiquiátricas, cuenta Loza, recurren a las rutinas para devolver desde el afuera algo de las estructuras racionales perdidas. Pero la institución donde es llevado el narrador se sitúa en un pueblo religioso, un lugar aparentemente idílico y a la vez plagado de prohibiciones, en el que desde el cigarrillo hasta la Coca Cola pueden resultar satánicos. Así, los episodios médicos fluyen entremezclados con postales de ventanas detrás de las que cándidos niños pintan con acuarela o tocan el chelo. Los representantes de ciertas religiones, se sabe, suelen tender a la inquisición y al exorcismo. Y las eventuales curas pueden presentar matices persecutorios. El paciente lo percibe. Sometido a realizar el test del árbol, borra sus dibujos tormentosos para recrear el estereotipo infantil que, supone, le permitirá recuperar más pronto la libertad.
La presencia de otros pacientes, las transformaciones de un cuerpo joven –desde la flacura enfermiza a un sobrepeso desmesurado–, y las pequeñas aventuras exploratorias que permite el lugar van creando una trama sutil a través del texto. La vocación de escribir, intermitente entre la imposibilidad y el deseo se hace presente durante las crisis. Es tan central que la esperanza de volver para contarlo, ese anhelo, es un ancla al mundo de los cuerdos.
En una época donde el negocio del consumo de psicofármacos crece, las enfermedades mentales a menudo aún se ocultan bajo un velo de hipocresía y tabú. “Hay algo vergonzante en nombrar una crisis mental. Mencionarla produce de inmediato un silencio incómodo”, escribe Loza. Y: “La psicosis viene a cortar la narrativa vital, es una interrupción. (…) El paciente mental es débil, no ha podido sostener el pacto que lo une a la realidad y se ha salido.” La escritura de las entradas de este diario, al contrario, no sólo llevan firme el hilo del relato, el pacto con el lector, sino también el encantamiento, como sólo puede hacerlo una mente lúcida, poética y fértil.
Como lo dice hermosamente el padre del protagonista en una carta a su hija, todas las personas tienen una zona salvaje y misteriosa a la que se accede con un puente cuando se sueña. Es en esa zona donde, quizá, la locura conviva con la libertad creadora, el espíritu de la infancia y el aire que necesitan respirar los talentos.
María José Eyras
Cultura Perfil, 9 de abril de 2023