Reseña de Familia, Júlia Barata. 1ª edición. Buenos Aires. Sigilo; Musaraña Editora, 2022.

Vértigo en el diálogo y vértigo visual. Velocidad y precisión. Es el efecto que
logra Familia, la novela gráfica de Julia Barata. Se diría que la mano y el pensamiento
van guiados por estas dos cualidades, señaladas como deseables para la literatura de
este milenio por Italo Calvino en sus célebres conferencias. La novela narra las
vicisitudes cotidianas de una mujer joven, profesional, en pareja y con un hijo
pequeño. Narra, sobre todo, su desazón diaria.
Cómo conciliar el viejo modelo de familia con el deseo de tiempo para sí
misma, de fiesta, de sexo casual, de reconocimiento y búsqueda de sentido. Cómo salir
ilesa al negociar espacios personales, cómo no herir y a la vez, dar lugar a las ansias
propias de libertad. Hasta los aparentes consensos internos de la pareja crean
incomodidad, según se ve en la novela. Y se ve, porque los dibujos de Barata hacen
ver.
No es novedad que la vida en las grandes ciudades, la precariedad laboral, la liquidez
de los vínculos y la vorágine del ritmo no dejan espacio para la soledad elegida, ni la
reflexión, ni el vagabundeo. La necesidad de un mínimo flaneûr vital agobia.
Pero la forma cuenta. Y los dibujos de Barata logran transmitir los estados de ánimo de
la protagonista. En las imágenes, contradicciones y ambigüedades fluyen frente al
esfuerzo por conformarse, y van por carriles de conciencia en paralelo y superpuestos
a un aparente bienestar. Hay que hacer tareas domésticas, ir a la obra, correr a buscar
al hijo al jardín, estar disponible para coger por la noche y acaso después, ver cómo el
otro, satisfecho, se duerme de inmediato mientras a una la visita cada vez con más
furor el espantapájaros del insomnio. Hasta las vacaciones se convierten en un
espacio–tiempo de disconfort cuando se añora un café en un paisaje del Norte y se
termina devorando un chamal para no desperdiciarlo. Y es que el dibujo, de por sí una
voz narrativa, suma a través de la mínima expresión de un par de ojos, gestos y

detalles, aportando un nutrido entrelíneas donde leer la versión completa del malestar
en la cultura.
En la obra de Barata, juguetes y ropas del hijo pueden salir volando detrás de una
puerta que se cierra. Y quedan atrás con la fuerza de una metáfora. Las secuencias en
la hoja tienen una interesante cualidad de flotación onírica. No hay cuadritos, como en
las historietas tradicionales, ni regulares ni irregulares. No hay límites para el grafismo
y no es casual, tampoco, que no haya línea de tierra. Se ha perdido pie, toda referencia
existencial. Envolventes, texturas, invenciones gráficas expresan cada matiz del ánimo
de la protagonista. Condensación, intensidad y profundidad brotan de la libertad de la
línea. Curvas, texturas y hasta el uso del color en cada página, dicen más allá de las
palabras. El trazo se suelta, se trenza con las emociones de la protagonista, deambula,
perdiéndose y reencontrándose con ella. De principio a fin, en esta novela gráfica,
conmovedora y de engañosa sencillez, el trazo es la traza de la angustia.

Revelador de cómo no alcanzan los intentos de escapar a las garras de un estado
de cosas que la ahoga indefectiblemente: ni la droga compartida con amigos o en
pareja, ni la experimentación sexual, ni la represión ni la química que ordena la
psiquiatra. El laberinto que no la deja pegar un ojo, no puede evitarse.

Los diálogos familiares, salpicados de portugués, dan cuenta de un drama existencial al
que es preciso agregar la dimensión del exilio.

Publicado en Cultura Perfil, 31 / 12 / 2022

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